LIDL
Unos amigos y yo tenemos la teoría de que cuanto más barata sea una cosa, más rica sabe. Es decir: tengo unas salchichas Oscar Mayer y al lado unas Snackis con un pack de 16 al precio de una Oscar Mayer. ¿Cuál estará más rica? La snacki, sin duda alguna. ¿Mac Donalds o una hamburguesa de un bar grasiento? La del bar grasiento, que te ponen además un huevo frito encima.
(A esta regla se aplican algunas excepciones, como el bar Gayola en Santiago de Compostela)
Aún me acuerdo cuando iba por Bruselas en una de esas excursiones por el mundo y descubrí estos supermercados tan peculiares. Yo pensaba:¡qué guay! no tienen estanterías y las cosas están como tiradas. Tiradas físicamente y de precio. Como si fuera el Rastro pero sindicado.
Hasta ese momento en España no teníamos más que el Día (autoservicio descuento) que es donde todos compramos los yogures y el pan de molde (en la panadería el pan, en la carnicería la carne, en el Día el pan de molde y los yogures), y el Expresso, que luego pasó a llamarse Sabeco. Y ahora el LIDL.
Aunque en la guerra de los supers este establecimiento tenía la batalla perdida por su nombre impronunciable (demasiadas consonantes, chicos) las marujas de barrio rápido encontraron denominación españolizada (el LINDE) y se ha hecho un hueco en nuestro corazón consumista (hola, corazones, bienvenidos a corazón consumista).
Así está ahora la cosa. Publican todos los jueves un boletín de ofertas con los periódicos gratuitos y se han convertido en mis favoritos en varias cosas: los mejores helados de nata con nueces del mundo, las bolsas de patatas y sucedaneos más grandes, el mejor chocolate barato y unas latas de anacardos que no se las salta un gitano.
Todo eso sin hablar de sus ofertas de menaje del hogar, con sus altavoces, barbacoas, tumbonas, antorchas, enanos de escayola y demás complementos del jardín.
Chicos, dadles vuestro dinero a los alemanes del Linde, mejor que a los gabachos del Día o a los del Caprabo. O si no, todavía mejor, convertíos en accionistas de la tienda de ultramarinos más cercana de vuestra casa, que os lo agradecerá el sñor de la pequeña industria.
LINDE
(A esta regla se aplican algunas excepciones, como el bar Gayola en Santiago de Compostela)
Aún me acuerdo cuando iba por Bruselas en una de esas excursiones por el mundo y descubrí estos supermercados tan peculiares. Yo pensaba:¡qué guay! no tienen estanterías y las cosas están como tiradas. Tiradas físicamente y de precio. Como si fuera el Rastro pero sindicado.
Hasta ese momento en España no teníamos más que el Día (autoservicio descuento) que es donde todos compramos los yogures y el pan de molde (en la panadería el pan, en la carnicería la carne, en el Día el pan de molde y los yogures), y el Expresso, que luego pasó a llamarse Sabeco. Y ahora el LIDL.
Aunque en la guerra de los supers este establecimiento tenía la batalla perdida por su nombre impronunciable (demasiadas consonantes, chicos) las marujas de barrio rápido encontraron denominación españolizada (el LINDE) y se ha hecho un hueco en nuestro corazón consumista (hola, corazones, bienvenidos a corazón consumista).
Así está ahora la cosa. Publican todos los jueves un boletín de ofertas con los periódicos gratuitos y se han convertido en mis favoritos en varias cosas: los mejores helados de nata con nueces del mundo, las bolsas de patatas y sucedaneos más grandes, el mejor chocolate barato y unas latas de anacardos que no se las salta un gitano.
Todo eso sin hablar de sus ofertas de menaje del hogar, con sus altavoces, barbacoas, tumbonas, antorchas, enanos de escayola y demás complementos del jardín.
Chicos, dadles vuestro dinero a los alemanes del Linde, mejor que a los gabachos del Día o a los del Caprabo. O si no, todavía mejor, convertíos en accionistas de la tienda de ultramarinos más cercana de vuestra casa, que os lo agradecerá el sñor de la pequeña industria.
LINDE
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