Londres (II)
Bueno, ya que me exhotáis a ello, continuo.
El día que llegué vino a recogerme al aeropuerto una amiga de una amiga de mi hermano. Es decir, una perfecta desconocida. De hecho me fui solamente con un número de teléfono en el bolsillo. Me recogió tras pasar por una serie de etapas: aeropuerto, ir a la estación de metro que ella me dijera, decirle cómo era yo y cómo iba vestido. Pero iba bien preparado, me llevé mi polo naranja para que se me diferenciara bien.
Me reocgió en una estación de tren grande, no me acuerdo del nombre, y me llevó en taxi hasta su casa, que sería mi casa todo ese mes, hasta que me echaran de mala manera. Aunque eso es el final de la historia.
Llegué a mi futura casa. Nada más entrar la cocina a la derecha, y el cuarto de estar al fondo (después, este cuarto de estar se convertiría en la habitación de un convecino inesperado: el Turco Guarro e Ignorante: Kiubilay) y unas escaleritas que dirigían al cuarto de baño y mi habitación (una cama muy grande, una tele y una cadena de música). El alquiler era ridículo (creo recordar que unas 5000 pesetas a la semana) pero me lo hicieron pagar por adelantado, y yo no iba con mucho dinero, así que mi estancia en Londres ya empezó algo corta de dinerillo.
Así que allí estaba yo: solo en medio de una ciudad desconocida, con 17 añitos y preparado para enfrentarme a lo que la vida me trajera. Es un sentimiento raro, el saber que si sales en bolas a la calle y corres gritando cosas nadie te va a reconocer. Nadie conocido en muchos, muchos kilómetros. Aunque eso cambiaría con un poco de tiempo...
El día que llegué vino a recogerme al aeropuerto una amiga de una amiga de mi hermano. Es decir, una perfecta desconocida. De hecho me fui solamente con un número de teléfono en el bolsillo. Me recogió tras pasar por una serie de etapas: aeropuerto, ir a la estación de metro que ella me dijera, decirle cómo era yo y cómo iba vestido. Pero iba bien preparado, me llevé mi polo naranja para que se me diferenciara bien.
Me reocgió en una estación de tren grande, no me acuerdo del nombre, y me llevó en taxi hasta su casa, que sería mi casa todo ese mes, hasta que me echaran de mala manera. Aunque eso es el final de la historia.
Llegué a mi futura casa. Nada más entrar la cocina a la derecha, y el cuarto de estar al fondo (después, este cuarto de estar se convertiría en la habitación de un convecino inesperado: el Turco Guarro e Ignorante: Kiubilay) y unas escaleritas que dirigían al cuarto de baño y mi habitación (una cama muy grande, una tele y una cadena de música). El alquiler era ridículo (creo recordar que unas 5000 pesetas a la semana) pero me lo hicieron pagar por adelantado, y yo no iba con mucho dinero, así que mi estancia en Londres ya empezó algo corta de dinerillo.
Así que allí estaba yo: solo en medio de una ciudad desconocida, con 17 añitos y preparado para enfrentarme a lo que la vida me trajera. Es un sentimiento raro, el saber que si sales en bolas a la calle y corres gritando cosas nadie te va a reconocer. Nadie conocido en muchos, muchos kilómetros. Aunque eso cambiaría con un poco de tiempo...
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Rocío -